miércoles, enero 21, 2009

En Español el Inspirador Discurso de Inauguración del Presidente Barack H. Obama

El mismo dia pusimos una traduccion rapida hecha en Google del Discurso del Presidente Barack Obama, gracias a un comentario que se hizo en ese post podemos pasarles el Discruso traducido ya en mejor forma gracias a: Comunica Translatio Costa Rica



Conciudadanos:

Me presento hoy aquí con humildad ante la tarea que se nos avecina, agradecido por la confianza que me han otorgado, consciente de los sacrificios sobrellevados por nuestros antepasados. Agradezco al Presidente Bush por su servicio a nuestra nación, así como por la generosidad y cooperación que ha demostrado durante esta transición.

Cuarenta y cuatro americanos han realizado hasta ahora el juramento presidencial. Las palabras han sido expresadas durante crecientes olas de prosperidad y sobre calmas aguas de paz. Sin embargo, de vez en cuando el juramento se asume en medio de nubarrones y embravecidas tormentas. En estos momentos, América ha seguido adelante no simplemente gracias a la destreza o visión de aquellos en altos cargos, sino porque Nosotros la Gente hemos permanecido fieles a los ideales de nuestros antepasados, y devotos a nuestros documentos fundacionales.

Así ha sido. Y así debe ser para esta generación de Americanos.

En este momento es bien entendido que estamos en medio de una crisis. Nuestra nación está en guerra, contra un red de violencia y odio de gran alcance. Nuestra economía se ve seriamente debilitada, consecuencia de la avaricia e irresponsabilidad de algunos, pero también debido a nuestra incapacidad colectiva de tomar decisiones difíciles y preparar a la nación para una nueva era .

Hogares se han perdido; trabajos han sido despojados; negocios han sido cerrados. Nuestra atención de la salud es demasiado costosa; nuestras escuelas le fallan a muchos; y cada día se presenta nueva evidencia de que las maneras en que utilizamos la energía fortalecen a nuestros adversarios y amenazan a nuestro planeta.

Estos son los indicadores de una crisis, sujeta a datos y estadísticas. Menos perceptible pero no menos profundo es un quebrantamiento de la confianza en toda nuestra tierra – un temor inquieto de que el decaimiento de América es inevitable, y que la próxima generación debe disminuir sus perspectivas.

Hoy les digo que los desafíos que enfrentamos son reales. No se les hará frente con facilidad ni en un corto plazo. Pero sepan esto, América – se les hará frente.

En este día, nos reunimos porque hemos elegido la esperanza sobre el miedo, la unidad de propósito sobre el conflicto y la discordia.

En este día, hemos venido a proclamar el final de los nimios resentimientos y las falsas promesas, las recriminaciones y los dogmas desgastados, que por demasiado tiempo han sofocado nuestra política.

Seguimos siendo una joven nación, pero en las palabras de las Sagradas Escrituras, ha llegado el tiempo de dejar a un lado los asuntos pueriles.

Ha llegado el tiempo de reafirmar nuestro imperecedero espíritu; de elegir nuestra mejor historia; de llevar hacia adelante ese precioso don, pasado de generación en generación: la promesa divina de que todos somos iguales, todos somos libres y todos merecemos la oportunidad de buscar nuestra cuota completa de felicidad.

Al reafirmar la grandeza de nuestra nación, comprendemos que la grandeza nunca es algo dado. Debe ser ganada. Nuestra travesía nunca ha sido una de atajos o de conformismos. No ha sido la ruta para los pusilánimes – para los que prefieren el ocio al trabajo, o buscan únicamente los placeres de la riqueza y la fama. Más bien, ha sido la de los arriesgados, los emprendedores, los hacedores de cosas – algunos célebres, pero con mayor frecuencia hombres y mujeres poco conocidos en su labor, que nos han llevado por el largo y escarpado camino hacia la prosperidad y la libertad.

Por nosotros, empacaron sus pocas posesiones terrenales y cruzaron océanos en búsqueda de una nueva vida. Por nosotros, trabajaron sin descanso en fábricas déspotas y se instalaron en occidente; soportaron el azote del látigo y araron la dura tierra.

Por nosotros, lucharon y murieron, en lugares como Concord y Gettysburg; Normandía y Khe Sahn. Una y otra vez estos hombres y mujeres lucharon y se sacrificaron y trabajaron hasta que sus manos sangraron para que pudiéramos tener una mejor vida. Percibieron América como algo más que la suma de nuestras ambiciones individuales; más que todas las diferencias de linaje o riqueza o facción.

Esta es la travesía que continuamos hoy. Seguimos siento la nación más próspera y poderosa de la tierra. Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando empezó la crisis. Nuestras mentes no son menos ingeniosas, nuestros bienes y servicios no son menos requeridos de lo que eran la semana o el mes o el año pasado. Nuestra capacidad no ha mermado. Pero nuestra hora de permanecer impasibles, de proteger intereses estrechos y de dejar para luego las decisiones desagradables – esa hora realmente ha pasado. A partir de hoy, debemos levantarnos, sacudirnos el polvo, y empezar nuevamente a trabajar en la reconstrucción de América. Ya que en cualquier dirección que miremos hay trabajo por hacer.

El estado de la economía pide acción, fuerte y rápida, y actuaremos – no solo para crear nuevos empleos, sino para extender un nuevo cimiento para el crecimiento. Construiremos las carreteras y los puentes, las redes eléctricas y las líneas digitales que alimentan nuestro comercio y nos unen los unos con los otros. Restauraremos la ciencia en su legítimo lugar, y utilizaremos las maravillas de la tecnología para elevar la calidad de la atención de la salud y disminuir su costo. Aprovecharemos el sol y los vientos y el suelo para propulsar nuestros vehículos y operar nuestras fábricas. Y transformaremos nuestras escuelas y universidades para satisfacer las demandas de una nueva era. Todo esto lo podemos hacer. Y todo esto haremos.

Ahora, hay algunos que cuestionan la escala de nuestras ambiciones – que sugieren que nuestro sistema no puede tolerar demasiados planes grandes. Sus memorias son cortas. Ya que han olvidado lo que este país ha logrado; lo que los hombres y mujeres libres pueden lograr cuando la imaginación se une al propósito común, y la necesidad al coraje.

Lo que los cínicos no logran comprender es que el suelo se ha tambaleado bajo sus pies – que los rancios argumentos políticos que nos han consumido durante tanto tiempo ya no se aplican. La pregunta que hacemos hoy no es si nuestro gobierno es demasiado grande o pequeño, sino si funciona – si ayuda a nuestras familias a encontrar trabajos con salarios decentes, salud a su alcance, pensiones dignas. Cuando la respuesta sea sí, pretendemos seguir adelante. Cuando la respuesta sea no, los programas terminarán. Y aquellos de nosotros que manejamos el dólar del público asumiremos nuestra responsabilidad – de gastar con sabiduría, reformar malos hábitos y realizar nuestra gestión a la luz del día – porque solo entonces restauraremos la confianza vital entre la gente y su gobierno.

Tampoco es cuestión de si el mercado es una fuerza para el bien o para el mal. Su poder de generar riqueza y expandir libertad no tiene paralelo, pero esta crisis nos ha recordado que sin vigilancia, el mercado puede salirse de control – y que una nación no puede prosperar mucho tiempo cuando solo favorece a los prósperos.


El éxito de nuestra economía siempre ha dependido no solo del tamaño de nuestro Producto Interno Bruto, sino del alcance de nuestra prosperidad; de nuestra capacidad de extender oportunidades a todo corazón deseoso – no por caridad, sino porque es la ruta más segura hacia el bienestar común.

En cuanto a nuestra defensa común, rechazamos como falsa la elección entre nuestra seguridad y nuestros ideales. Los Fundadores de la Nación Americana, enfrentados con peligros que difícilmente podían imaginar, redactaron una carta para garantizar la autoridad de la ley y los derechos del hombre, una carta expandida por la sangre de generaciones. Esos ideales aún alumbran al mundo, y no renunciaremos a ellos por oportunismo.

Y así, a todas las otras gentes y gobiernos que nos observan hoy, desde las grandes capitales hasta el pequeño pueblo donde nació mi padre: sepan que América es amiga de cada nación y de cada hombre, mujer y niño que busca un futuro de paz y dignidad, y que estamos listos para liderar una vez más. Recuerden que las generaciones pasadas enfrentaron el fascismo y el comunismo no solo con misiles y tanques, sino con robustas alianzas y perdurables convicciones. Comprendieron que nuestro poder por sí mismo no puede protegernos, ni tampoco nos da el derecho de hacer lo que queramos. En cambio, sabían que nuestro poder crece a través de su uso prudente; que nuestra seguridad emana de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo, de las cualidades atenuantes de humildad y circunspección.

Somos los guardianes de este legado. Una vez más guiados por estos principios, podemos enfrentar esas nuevas amenazas que exigen un esfuerzo aún mayor – incluso mayor cooperación y comprensión entre las naciones. Empezaremos a dejar con responsabilidad Irak a su gente, y a forjar una bien merecida paz en Afganistán. Con viejos amigos y antiguos enemigos, trabajaremos sin descanso para disminuir la amenaza nuclear, y reducir el espectro de un planeta en calentamiento. No nos disculparemos por nuestra forma de vida, ni vacilaremos en su defensa, y para aquellos que buscan avanzar sus objetivos induciendo el terror y masacrando inocentes, les decimos ahora que nuestro espíritu es fuerte y no puede ser quebrantado; ustedes no nos sobrevivirán, y los venceremos. Ya que sabemos que nuestra herencia mixta es una fortaleza, no una debilidad.

Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos e hindúes – y no creyentes. Tomamos nuestra forma de cada idioma y cultura, venidos de cada rincón de la tierra; y porque hemos probado la amarga bazofia de la guerra civil y la segregación y surgimos de ese oscuro capítulo más fuertes y más unidos, debemos creer que los antiguos odios algún día pasarán; que las líneas tribales pronto se disolverán; que al volverse más pequeño el mundo, nuestra humanidad común se revelará; y que América debe jugar su rol de conductor hacia una nueva era de paz.

Al mundo musulmán, buscamos un nuevo camino hacia adelante, basado en intereses y respeto mutuos. A aquellos líderes alrededor del mundo que buscan sembrar conflicto, o culpar a occidente por los males que aquejan a su sociedad – sepan que su gente los juzgará por lo que puedan construir, no por lo que destruyan. A aquellos que se aferran al poder por medio de corrupción y engaño y el silenciamiento de los discrepantes, sepan que están en el lado equivocado de la historia; pero que les tenderemos una mano si están dispuestos a abrir sus puños.

A las gentes de las naciones pobres, prometemos trabajar con ustedes para que sus granjas florezcan y las aguas limpias corran; para nutrir cuerpos famélicos y alimentar mentes hambrientas. Y a aquellas naciones como la nuestra que disfrutan de abundancia, les decimos que ya no podemos darnos el lujo de ser indiferentes ante el sufrimiento externo a nuestras fronteras; ni tampoco podemos consumir los recursos del mundo sin considerar su efecto. Porque el mundo ha cambiado, y debemos cambiar con él.


Al considerar el camino que se abre ante nosotros, recordamos con humilde gratitud a aquellos valientes americanos que, en este mismo momento, patrullan desiertos remotos y distantes montañas. Ellos tienen algo que decirnos hoy, lo mismo que los héroes caídos que yacen en Arlington han murmurado a lo largo de los años. Los honramos no solo porque son los guardianes de nuestra libertad, sino porque personifican el espíritu de servicio; la voluntad de encontrar significado en algo mayor a si mismos. Y sin embargo, en este momento – un momento que definirá toda una generación – es precisamente ese el espíritu que debe habitar en todos nosotros.

Porque con todo lo que puede y debe hacer un gobierno, al final es en la fe y la determinación del pueblo americano en lo que esta nación confía. Es la amabilidad de dar asilo a un extraño cuando se rompen los diques, el desinterés de los trabajadores que prefieren reducir sus horarios antes de que un amigo pierda su trabajo, lo que nos sostiene en los momentos más difíciles. Es el valor del bombero que marcha por una escalera inundada de humo, pero también la buena voluntad del padre al nutrir al niño, lo que finalmente decide nuestra suerte.

Nuestros desafíos pueden ser nuevos. Los instrumentos con los que los enfrentamos pueden ser nuevos. Pero los valores de los que depende nuestro éxito – trabajo duro y honestidad, valor y juego justo, tolerancia y curiosidad, lealtad y patriotismo – estas cosas son viejas. Estas cosas son ciertas. Han sido la fuerza silenciosa del progreso en toda nuestra historia. Lo que se requiere entonces es un retorno a estas verdades. Lo que se requiere de nosotros es una nueva era de responsabilidad – un reconocimiento, de parte de cada americano, de que tenemos deberes para con nosotros mismos, nuestra nación y el mundo, deberes que no aceptamos a regañadientes sino que por el contrario tomamos con alegría, firmes en la sabiduría de que no hay nada tan satisfactorio para el espíritu, tan delimitante para nuestro carácter, como entregarnos enteramente a una tarea difícil.

Este es el precio y la promesa de la ciudadanía.

Esta es la fuente de nuestra confianza – el conocimiento de que Dios nos llama para dar forma a un destino incierto.

Este es el significado de nuestra libertad y nuestro credo – la razón por la que hombres, mujeres y niños de todas las razas y religiones pueden unirse en celebración en este magnifico bulevar, y por lo que un hombre cuyo padre hace menos de sesenta años podría no haber sido atendido en un restaurante local ahora puede estar frente a ustedes realizando este el más sagrado juramento.

Así que marquemos este día con remembranza, de quienes somos y qué tan lejos hemos llegado. En el año del nacimiento de América, en el más frío de los meses, un pequeño grupo de patriotas se apiñaba alrededor de hogueras agonizantes a las orillas de un río helado. La capital había sido abandonada. El enemigo avanzaba. La nieve estaba teñida de sangre. En el momento en que el resultado de nuestra revolución era el más incierto, el padre de nuestra nación ordenó que las siguientes palabras se leyeran a la gente:

“Dígase al mundo del futuro... que en la profundidad del invierno, cuando solo la esperanza y la virtud logran sobrevivir... la ciudad y el país, alarmados ante un mismo peligro, le salieron al paso”.

América. Ante nuestros peligros comunes, en este invierno de nuestras vicisitudes, recordemos estas inmortales palabras. Con esperanza y virtud, enfrentemos nuevamente las corrientes heladas, y soportemos las tormentas que arriben. Que los hijos de nuestros hijos digan que cuando fuimos puestos a prueba nos rehusamos a permitir que la travesía terminara, que no nos dimos la vuelta ni titubeamos; y que con ojos fijos en el horizonte y con la gracia de Dios, llevamos hacia adelante ese gran don de libertad y lo entregamos sin percance a las futuras generaciones.

Gracias Dios los bendiga y que Dios bendiga a los Estados Unidos.

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