Con el nombre en inglés de ‘lens flare’ se conoce a esos destellos con los que es sorprendida la cámara si se enfrenta directamente al origen de la luz. Se trata de una aberración óptica que, de repente, saca al espectador de su relación digamos normal con el objeto representado. El objetivo o la cámara misma, por así decirlo, cobra consciencia para el que mira. Si se tratara de literatura, estaríamos delante de esos recursos tan metalingüísticamente posmodernos con los que, de vez en cuando, nos sorprende un escritor debidamente moderno. De repente, el Quijote advierte que su historia ya fue plagiada por otro. El primer ‘lens flare’ es de Cervantes.
Desde que ‘Star Trek’ viviera su resurrección de la mano de JJ Abrams en 2009, el director se empeñó en construir cada escena con su debido ‘lens flare’. Cada secuencia es un destello que coloca al patio de butacas al otro lado de la narración. A la vez que se mira la película encerrada en un bucle temporal, se contempla el propio mecanismo que la hace posible; se asiste a la ceremonia de nostalgia y auto representación en la que los asistentes al cine se ven a sí mismos contemplando las nuevas aventuras sin perder nunca de referencia el mito que las habita. Si se lee de nuevo se entiende. No se me rindan tan pronto. Y todo por un destello que ciega y, a la vez, abre los ojos más nunca.
Y éste sin duda es el acierto de las nuevas películas de ‘Star Trek’ (tanto de la citada como su continuación natural de 2013). Y aquí reside, también sin duda, el fracaso de la última trilogía de ‘Star Wars’. Abrams fue capaz de revitalizar la serie creada por Gene Roddenberry en 1964 (fecha del episodio piloto del que surgió casi todo) porque dotó de un alma nueva a la Arcadia sesentera pop del Enterprise sin renunciar al poder del tótem, del icono, del mito. George Lucas, al contrario, vulgarizó la serie original de los años 70 hasta transformarla en un producto de consumo ‘blockbuster’ tan anodino como ruidoso. Admitámoslo, la trilogía que compone ‘La amenaza fantasma’, ‘El ataque de los clones’ y ‘La venganza de los Sith’ apesta.
Ahora mismo, y a la espera esperanzada de lo que vendrá con ‘El despertar de la fuerza’, enfrentar los dos universos resulta grotesco. Los ‘trekkies’ ganan por mucha diferencia a los ‘waries’. No se trata de volver al debate ritual de siempre. ‘Star Trek’ nació en un impulso iluminado de su creador por dar forma futurista al optimismo hippy de su tiempo. ‘Star Wars’, al revés, significó algo así como la Contrarreforma del Nuevo Hollywood. Todas las esperanzas de construir una forma de arte adulta desde Hollywood tuvo en la saga de Lucas su respuesta inocente, festiva, heterogénea y profundamente pop. Pocas formas de celebrar en cine en su más genuina serie B que en la Guerra de las Galaxias. Y ahí seguimos.
Se podrá estar más cerca de la seriedad irónica de Spock o de la ironía seria de Han Solo, pero todo rifirrafe se agosta ante el empuje de los hechos. Abrams ha conseguido a golpe de ‘lens flare’ poner de acuerdo a las nuevas generaciones que descubren ‘Star Trek’ con las viejas que aún fantasean con el sueño de los justos que representó el capitán Kirk y su tripulación. Y no por casualidad, él es el designado para reparar el agujero negro que Lucas provocó en su propio universo. Abrams deberá hacer volver a ‘Star Wars’ al lugar mitológico que nunca debió abandonar a la vez que tendrá necesariamente que dotarle de bríos nuevos. El secreto, quizá, está en la magia del destello.
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